Me encantaría que aterrizasen sobre tu piel, suaves, indoloras, estas palabras desordenadas que se amotinan entre mis labios cuando me rozas. Contarte, por ejemplo, que aún no se me ocurre ningún plan más perfecto que ganarte al tres en raya entre tus lunares. Que nadie ha vuelto a repetir mi nombre miles de veces solo porque le encantaba saborear todas sus sílabas Que todavía sigo esperando que dibujes en mis brazos un te quiero cada viernes a las cuatro. Y que no voy a dejar de esperarlo nunca, que nunca dejaré de llorar al sentir que mi voz se ha vuelto para ti tan fría, tan extraña, tan ajena como un millón de esquirlas. Si alguna vez te das de bruces contra esto, como quien se encuentra a un viejo amigo, solo te pido que trates bien a mis letras, que permitas que te traspasen y aniden sobre tu herida para cerrarla del todo y que, por favor, no llores. Y que me recuerdes regalándote las ocho palabras que nunca tuve el valor de decir: "te quiero; como ayer, como antes, como siempre".
No hay comentarios:
Publicar un comentario