Paremos todos los relojes y quedemonos hasta el infinito.

Paremos todos los relojes y quedemonos hasta el infinito.
Olvidemos lo que se espera de nosotros y hagamos caso a lo que sentimos.

sábado, 9 de junio de 2012

0701


Se dejó el corazón en aquel bar la misma noche que habían decidido verse; entre risas y besos se olvidó lo que era sentir la tristeza arraigada a los más profundos pliegues de la piel y las lágrimas esta vez salían disparatadas a causa de tanta carcajada contenida. Lo habían pasado bien. Bebieron tanto tequila como sus cuerpos pudieron soportar, como hacía tantos meses se habían prometido. Hablaron de soles que amanecen acariciando mejillas y de lunas que siempre vaticinaban una noche fría y desoladora. Ellos eran diferentes. Jugaron a sostenerse la mirada inquisitiva que tantos reproches devolvía pero que a la vez, tantos perdones concedía. Se atrevieron incluso a pasear cogidos de la mano, unas manos que por otro lado, no hacían más que suplicar esas caricias que ambos ansiaban con tantísimas ganas. Se abrazaban allá donde quiera que hubiese un portal que los invitaba a sentarse entre sus escalones y devorarse mutuamente. Se miraban de reojo, a escondidas del otro. Se hablaban con los ojos, como amantes desconocidos con la incertidumbre de saber si estará haciendo o no lo correcto. Se mordían los labios conteniendo esas ganas de querer beber a sorbos de los labios agrietados del otro. No se prometieron nada. Ni siquiera hubo una despedida. Se volverían a ver...ambos lo sabían.

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