Se dejó el corazón en aquel bar la misma noche que habían
decidido verse; entre risas y besos se olvidó lo que era sentir la tristeza
arraigada a los más profundos pliegues de la piel y las lágrimas esta vez
salían disparatadas a causa de tanta carcajada contenida. Lo habían pasado
bien. Bebieron tanto tequila como sus cuerpos pudieron soportar, como hacía
tantos meses se habían prometido. Hablaron de soles que amanecen acariciando
mejillas y de lunas que siempre vaticinaban una noche fría y desoladora. Ellos
eran diferentes. Jugaron a sostenerse la mirada inquisitiva que tantos
reproches devolvía pero que a la vez, tantos perdones concedía. Se atrevieron
incluso a pasear cogidos de la mano, unas manos que por otro lado, no hacían
más que suplicar esas caricias que ambos ansiaban con tantísimas ganas. Se
abrazaban allá donde quiera que hubiese un portal que los invitaba a sentarse
entre sus escalones y devorarse mutuamente. Se miraban de reojo, a escondidas
del otro. Se hablaban con los ojos, como amantes desconocidos con la
incertidumbre de saber si estará haciendo o no lo correcto. Se mordían los
labios conteniendo esas ganas de querer beber a sorbos de los labios agrietados
del otro. No se prometieron nada. Ni siquiera hubo una despedida. Se volverían
a ver...ambos lo sabían.
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