El brillo de su piel en el cálido aire nocturno me enloquecía
hasta el punto de sentir que los sentimientos se escapaban de mi cuerpo, huían
de las prisiones en las que habían estado encerrados durante tanto tiempo. Sus
ojos se posaron sobre mí, recorriendo cada rincón de mi cuerpo, para después
bañarse en los míos. Ya no había nada que esconder, nos mirábamos sin
limitaciones, sin rojeces en las mejillas, ni miradas que caen al suelo ni
palabras absurdas para rellenar aquel cómplice silencio que se había
establecido entre nosotros, ni siquiera las necesitábamos, solo queríamos de
banda sonora nuestras respiraciones aceleradas: él era la exhalación, yo la
inhalación, él trataba de tomar aire y yo se lo quitaba en un beso.
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