Dirigió su mirada hacia la luna, y de sus ojos, grises, se
escapó una lágrima inocente. No se inmutó en secársela, como habría hecho de
haber habido alguien en la misma habitación, simplemente dejó que fluyera por
su rostro, sintiendo ese cosquilleo que le recordaba que no era feliz.
Paremos todos los relojes y quedemonos hasta el infinito.
martes, 26 de junio de 2012
sábado, 16 de junio de 2012
2976
El brillo de su piel en el cálido aire nocturno me enloquecía
hasta el punto de sentir que los sentimientos se escapaban de mi cuerpo, huían
de las prisiones en las que habían estado encerrados durante tanto tiempo. Sus
ojos se posaron sobre mí, recorriendo cada rincón de mi cuerpo, para después
bañarse en los míos. Ya no había nada que esconder, nos mirábamos sin
limitaciones, sin rojeces en las mejillas, ni miradas que caen al suelo ni
palabras absurdas para rellenar aquel cómplice silencio que se había
establecido entre nosotros, ni siquiera las necesitábamos, solo queríamos de
banda sonora nuestras respiraciones aceleradas: él era la exhalación, yo la
inhalación, él trataba de tomar aire y yo se lo quitaba en un beso.
0651
Me cobijo bajo las mantas y los truenos. Bajo las gafas de
leer y la coleta mal hecha. Con la cara lavada y el alma sucia. Tecleando
inútiles ideas de cabezas paranoicas. La vecina grita, el ascensor baja y mi
tensión sigue subiendo. Los libros entreabiertos cubren el desorden, las
cortinas ya no sirven de escondite. La radio pierde sintonías y mi sensatez,
esa, también. El polvo tapiza las estanterías, las fotos, las evocaciones de
besos dados y sin dar. El teléfono ya no saluda ni tampoco se despide, mi
lengua ya no se desgasta con juramentos en arameo. La cólera ha venido
dispuesta a quedarse. Reina de corazones sin amor, sin caballero. Con la cama
desecha y la corona empeñada.
Y que no. No hay cuentos que prevengan ese final.
Y las maldiciones se duplican, se triplican en busca de justicia terrenal. Justo al empezar de cada día, de cada amanecer nublado. Como la hora de regreso de las prostitutas, los yonkis y los corredores de juergas. Como la hora feliz de los borrachos.
Las desgracias deben tener horarios de desgaste. Que se lo digan a las lágrimas saladas, a los puños cerrados, a los ojos transitados de rabia. Porque a estás alturas reinventarse ya ha pasado de moda. Y suena lejano dentro del mismo agotamiento. Agota, más que otra cosa, estar agotada. Y cansada del cansancio.
Dependiente exclusiva de la luz apagada, las canciones sin traducción, y la amistad fiable de mi edredón.
Con las sienes repletas de planes malavenidos y confusiones vitales.
Con el pecho en eternas fechas festivas.
Y que no. No hay cuentos que prevengan ese final.
Y las maldiciones se duplican, se triplican en busca de justicia terrenal. Justo al empezar de cada día, de cada amanecer nublado. Como la hora de regreso de las prostitutas, los yonkis y los corredores de juergas. Como la hora feliz de los borrachos.
Las desgracias deben tener horarios de desgaste. Que se lo digan a las lágrimas saladas, a los puños cerrados, a los ojos transitados de rabia. Porque a estás alturas reinventarse ya ha pasado de moda. Y suena lejano dentro del mismo agotamiento. Agota, más que otra cosa, estar agotada. Y cansada del cansancio.
Dependiente exclusiva de la luz apagada, las canciones sin traducción, y la amistad fiable de mi edredón.
Con las sienes repletas de planes malavenidos y confusiones vitales.
Con el pecho en eternas fechas festivas.
sábado, 9 de junio de 2012
0701
Se dejó el corazón en aquel bar la misma noche que habían
decidido verse; entre risas y besos se olvidó lo que era sentir la tristeza
arraigada a los más profundos pliegues de la piel y las lágrimas esta vez
salían disparatadas a causa de tanta carcajada contenida. Lo habían pasado
bien. Bebieron tanto tequila como sus cuerpos pudieron soportar, como hacía
tantos meses se habían prometido. Hablaron de soles que amanecen acariciando
mejillas y de lunas que siempre vaticinaban una noche fría y desoladora. Ellos
eran diferentes. Jugaron a sostenerse la mirada inquisitiva que tantos
reproches devolvía pero que a la vez, tantos perdones concedía. Se atrevieron
incluso a pasear cogidos de la mano, unas manos que por otro lado, no hacían
más que suplicar esas caricias que ambos ansiaban con tantísimas ganas. Se
abrazaban allá donde quiera que hubiese un portal que los invitaba a sentarse
entre sus escalones y devorarse mutuamente. Se miraban de reojo, a escondidas
del otro. Se hablaban con los ojos, como amantes desconocidos con la
incertidumbre de saber si estará haciendo o no lo correcto. Se mordían los
labios conteniendo esas ganas de querer beber a sorbos de los labios agrietados
del otro. No se prometieron nada. Ni siquiera hubo una despedida. Se volverían
a ver...ambos lo sabían.
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